sábado, 6 de abril de 2013

Capitulo 8








No se había fijado en los dos chicos. Tenía la cabeza en otra parte, los pensamientos sobre esa tarde tan absurda se agolpaban como olas en una tempestad, uno sobre otro, uno dentro del otro.

Había caminado como una autómata y las piernas la habían conducido al lugar donde había aparcado la Vespa. Esa esquina de la calle estaba desierta, se veía discurrir el tráfico por la calle principal, en dirección al mar, pero nada más.

Mientras quitaba la cadena, inclinada sobre la rueda, escuchó el ruido de unos pasos.

—¿Te acuerdas de nosotros, escarabajo?

Bianca se enderezó de un salto y reconoció al instante a los chicos del barrio. La habían vuelto a seguir. Y esta vez no había nadie a su alrededor que pudiese ayudarla.

Eran altos, fuertes, seguros de sí mismos. Uno de los dos señaló la Vespa y dijo:

—Danos las llaves.

En un primer momento, ella no entendió qué estaba sucediendo, pero apretó el mazo de llaves más fuerte, instintivamente. Entonces el chico sacó una mano del bolsillo del vaquero y le mostró una navaja.

—¿Estás sorda? —dijo—. Que nos des las llaves. Tu moto va a cambiar de propietario.

El otro se echó a reír y añadió:

—Y también todo lo que tengas en la mochila. Dinero, móvil, iPod.

Ella sacó la carpeta y se la enseñó con una mano temblorosa.

—No llevo nada más.

Los dos se miraron.

—Has ido a dar con la única persona del planeta que no tiene móvil.

—Yo creo que nos está mintiendo —replicó el otro y le quitó la mochila de las manos. Hurgó en el interior con prisas, desechando las cosas inútiles, como el estuche y el cuaderno de dibujo. Mientras tanto, Bianca había retrocedido hacia la pared, detrás de la Vespa, y buscaba con la mirada alguna forma de escapar, alguien a quien pedir ayuda. Pero incluso las persianas de las casas estaban echadas, como ojos que no quisieran ver.

—Nada —exclamó el chico, tirando la mochila con indiferencia—. Dame las llaves —repitió con rabia.

Bianca agachó la cabeza, con lágrimas en los ojos.

—No podéis llevaros la Vespa. Es de Daniele.

—Me importa una mierda de quién sea —replicó el otro, acercándose a ella con la navaja en la mano—. Te voy a rajar a base de bien como no me des las llaves, ¿entendido?

Bianca quería morirse. Si se llevaban la Vespa, no le quedaría nada.

Escondió la mano detrás de la espalda, decidida a pelear.

—No tenéis derecho a llevárosla.

—Sujétala —le ordenó uno de los chicos al otro.

En un segundo los tenía encima; Bianca se puso a gritar con todas sus fuerzas. La zarandearon para apoderarse de las llaves, pero ella estaba como loca y no paraba de lanzar patadas, arañazos y mordiscos a diestro y siniestro, sin prestar atención a la navaja que blandían delante de sus ojos. Aferraba las llaves con fuerza y sentía un intenso dolor en la palma, por lo que supuso que se la había herido.

El que parecía el jefe le dio un puñetazo en la cara que la mandó al suelo. Bianca perdió el equilibrio y cayó, golpeándose la cabeza y soltando las llaves, que cayeron sobre el suelo con un tintineo. El otro chico se apoderó de ellas con rapidez, mientras el primero se montaba en la Vespa, listo para salir huyendo.

—Yo de vosotros no haría eso.

Se sobresaltaron al oír una voz a sus espaldas.

El tío que estaba subido a la moto agarró al vuelo las llaves que su compañero le había lanzado y se giró para ver quién era el entrometido. Aferró con fuerza el mango de la navaja, decidido a marcharse con su botín.

—Vaya par de valientes, atacando a una chica sola —comentó la voz con tranquilidad.

—¿Y tú quién coño eres? —preguntó el chico, sintiéndose con la autoridad suficiente como para sonreír con chulería. El entrometido era alto y fuerte, pero ellos eran dos.

—Soy el tío al que le vais a dar las llaves de la Vespa.


La sonrisa se le borró de la cara al ver cómo el desconocido se abrió la cazadora de cuero negra para exhibir una pistola metida en los pantalones. La acarició con la punta de los dedos, deteniéndose un instante sobre el gatillo.

Cuando volvió a cerrarse la cazadora, el chico de la moto dejó escapar un grito ahogado.

—¡Vámonos! —exclamó el amigo, preso por el pánico—. Que éste no bromea.

Se bajó de la Vespa despacio, pero en lugar de volver a ponerla sobre la patilla, la tiró al suelo. El otro no se movió. Continuaba mirándole fijamente a los ojos, esperando que obedeciese sin más discusión.

—Esto no acabará así —siseó antes de seguir a su cómplice, que ya había llegado al final de la calle.

—Pues yo creo que sí —replicó el desconocido.

Estuvo mirándolo hasta que desapareció, y luego se precipitó sobre Bianca, que todavía estaba en el suelo con los ojos cerrados—. ¡Bianca! —exclamó—. Bianca, ¿estás bien?

Ella murmuró algo y se movió. Él la cogió en brazos y la levantó del suelo, intentando moverla con delicadeza.

—Tienes que hablarme. Háblame. Si no me hablas significa que es grave, ¿me escuchas? —gritó. Entonces ella abrió los ojos, le miró y dijo:

—Gilipollas.





En urgencias le pusieron dos puntos. Tenía la herida algo más arriba de la nuca, le había faltado poco para que se golpeara en un punto mortal. También tenía mal la mano derecha, se había cortado apretando las llaves con demasiada fuerza y habían tenido que desinfectarla y vendarla.

—Es una suerte que sea zurda —comentó Bianca con un suspiro, pensando en sus dibujos.

—Te haremos también una radiografía. Ahora vuelvo —anunció la doctora, y la dejó sola en la habitación.

Fue entonces cuando Justin se decidió a entrar, había esperado fuera recorriendo el pasillo arriba y abajo.

—¿Cómo te encuentras? —le preguntó.

—¿Dónde está la Vespa?

—No te preocupes —le aseguró—. Nadie se atreverá a quitártela nunca más.

Bianca ignoró el tono seguro con el que había afirmado una cosa imposible, y pensó que sería hermoso creerle.

Habían venido en el coche de Justin. Ella no había abierto los ojos en todo el trayecto. Luego le había pedido que se detuviera y había vomitado en el arcén de la carretera. Se había echado a llorar cuando vio unas manchas de sangre en la sudadera, y Justin no había sabido qué decirle. Pensó que estaba conmocionada por el atraco y por el shock, por lo que se había limitado a trasladarla a urgencias lo más rápido posible, sosteniéndola entre sus brazos, pues no parecía capaz de tenerse en pie.

Ahora tenía la camiseta blanca llena de manchas color rojizo, de cuando Bianca se había aferrado a él con la mano herida.

—Gracias. Has estado genial —le dijo ella.

—Pues hace un rato me has llamado gilipollas —replicó él con una sonrisa.

—Es lo que eres. Era la segunda vez que me dejabas sola en ese sitio.

—Pero te he salvado —señalo Justin.

—Todavía no entiendo cómo lo has hecho.

—Es normal, te habías desmayado.

Bianca le dirigió una mirada escéptica.

—¿Por qué estabas allí? ¿Me estabas siguiendo?

—No. Había vuelto sobre mis pasos —respondió él, a la vez que se sentaba en el borde de la cama.

Tenía una expresión tensa y cansada en su rostro.

—¿Y por qué?

—Esto parece un interrogatorio —dijo Justin, pasándose la mano por el pelo castaño y hacia arriba—. Me ponen de los nervios los interrogatorios.

—A mí también. Pero tengo derecho a saberlo. Estoy herida, podría morir de un momento al otro —replicó Bianca con ironía—. Me llevaré tu secreto a la tumba.

Él no se rió. —No bromees sobre la muerte.

—No estoy de broma. ¿Por qué volviste? —preguntó ella.

Le dolía la cabeza, pero tenía muy claro el recuerdo de la voz de Justin que intervenía en aquella escena horrible y ahuyentaba a los ladrones como por arte de magia.

—En lugar de atormentarme, deberías descansar y esperar a que la doctora vuelva con la radiografía —dijo él, tratando de utilizar un tono protector—. Y la próxima vez, cuando un macarra te ordene algo, tú obedece y ya está, ¿vale?

—Tú no has obedecido a los macarras, los has ahuyentado —observó Bianca.

—Te equivocas. El mérito es todo tuyo. Cuando han visto esas botas horrendas que llevas, no les ha quedado más remedio que salir pitando —bromeó Justin, haciéndola reír.

Ella notó que los puntos de la cabeza le tiraban y se puso seria.

—Mis botas no son horrendas.

—Sabes que lo son.

—Vale, tienes razón —asintió—, pero de todas formas me gustaría saber por qué has vuelto.

—Es complicado, Bianca —dijo Justin.

Al escucharle pronunciar su nombre, Bianca se sintió mejor.

—Soy inteligente, podré entenderlo.

—Hay cosas que no entiendo ni yo —añadió Justin—. Cosas que hacen que mi vida sea distinta a la tuya.

—Entonces has salido corriendo por eso.

—No lo sé —admitió él—. No quiero acercarme demasiado a ti. Pero cuando te he dejado sola allí me he arrepentido. He vuelto sobre mis pasos, he seguido mi instinto.

Bianca no dijo nada. Se sentía muy cansada y sólo le apetecía dormir. Había detalles que no encajaban, frases que no tenían sentido, pero no tenía ganas de pensar en ese momento. Tenía ganas de que él se quedase con ella y nada más. De nuevo sentía ese calor que la hacía sentirse bien, y eso era una sensación muy extraña en su vida, tan única, que hacía especial el más mínimo gesto, la palabra más simple, todo especial.

Mientras estaba pensando en esto, con un dolor en el pecho parecido al hambre, Justin se aproximó. Se sentó junto a ella y puso las manos sobre la almohada, a ambos lados de su cara. La miraba desde arriba, a unos centímetros de distancia, parecía que fuera a decir algo. Y sin embargo, callaba.

Bianca cerró los ojos.

Era capaz de dibujar su rostro incluso así, sin verlo.

Sintió que Justin se acercó más y que sus labios le acariciaban la boca con un roce tan leve que por un segundo pensó que se lo estaba imaginando. Pero el escalofrío permanecía en la columna vertebral. Cuando volvió a abrir los ojos, él estaba de pie.

—Tú no puedes entenderme y yo no puedo explicarlo. De verdad.

—Justin.

—No.

—Ven aquí.

Él obedeció con un suspiro y Bianca le cogió la mano.

—Tendrían que agradecerme que no los haya matado por lo que te han hecho.

Bianca sonrió. La frase sonaba muy bien, aunque no fuera verdad.

—Has dicho que no quieres estar cerca de mí —le recordó. Tenía cara de estar sufriendo, no precisamente a causa de los puntos—. Yo también sentía lo mismo por ti. Esta noche, probablemente, o mañana, también lo sentiré.

—No me lo tomaría mal de ser así —replicó Justin con seriedad.

En sus ojos color miel volvía a reflejarse esa sombra turbia, pero Bianca no se dejó intimidar. Le había salvado la vida, habría matado para hacerlo y, sin embargo, decía que no quería estar cerca de ella.

—Justin, no te creo.

—No me hagas más preguntas. Debes de aceptar el hecho de que las cosas están torcidas —exclamó él con vehemencia, pero sin levantar el tono de voz—. Demasiado torcidas.

En ese momento la doctora regresó con su historial médico y un bolígrafo en la mano.

—¿Es usted un familiar?

—No, soy un amigo.

—Es el chico que me ha traído aquí —explicó Bianca.

Pero la doctora continuaba observándolo con suspicacia mal disimulada.

—Tengo que hablar con tus padres —continuó—. ¿Podrías darme el número de alguno de los dos?

Bianca soltó un bufido. Su padre se iba a llevar un susto de muerte, a pesar de que habían omitido la historia de la agresión.

—Llame al tribunal y pregunte por el juez Francesco Prandi. Es mi padre.

—De acuerdo —dijo la doctora, satisfecha—. Déjame ver la herida y luego te someteré a unas pruebas para asegurarnos de que no ha habido trauma craneal. Bianca accedió con docilidad todas las peticiones de la médico, con la esperanza de que terminara rápido y los dejase de nuevo a solas. Quería decirle a Justin que también su vida estaba torcida y que quizá se sentía atraída hacía él por esa razón, a pesar de no gustarle su actitud arrogante.

Abrió la boca, respondió a una serie de preguntas estúpidas —qué día era, dónde estaban, cuántos años tenía— y dejó que le apuntarán a las pupilas con una especie de linterna eléctrica.

—Parece que estás bien. Voy a llamar a tu padre —concluyó la doctora y, finalmente, se marchó.

Pero cuando Bianca levantó la mirada para encontrarse con la de Justin, él se había marchado de la habitación. Lo llamó, esperando que estuviese en el pasillo, pero no obtuvo respuesta.

Se había marchado.

Otra vez. 



Querido Daniele:

¿No te parece raro que todos estemos deseando amar, tan desesperadamente necesitados de enamorarnos, y que a la vez seamos incapaces de dar algo a las personas que creemos amar?

Es que ni siquiera sé lo que significa «enamorarse». Espero que no tenga nada que ver con esta sensación nauseabunda de impaciencia, confusión y deseo reprimido. No me gusta estar en la montaña rusa. Tan pronto estás tocando el cielo como te hundes en el infierno. Tiene un regusto demasiado agrio, no se parece a la felicidad.


                                                                                                                Bianca

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Chiiiiiiiiiiiiiicas! :D 
Bueno,  cielitos deciros que tarde en subir, por que no estaban los 15 comentarios, ya sabéis como va esto, yo tengo 15 comentarios y subo.. No los tengo y no subo.. 
Podéis comentar aquí, por twitter (@OlgaJustSwag) o por tuenti (Believe Olga Believe). Si podéis, y no os importa, haced la encuesta de el margen derecho vale? :D 
Deciros, que la novela realmente ha empezado AHORA, y que lo que viene.. Es OJWEHFOÈRGOERGH 
Ok ya.. *_* 
Bueno, gracias por todo, por leer, por ser tan amables conmigo, y por ser Beliebers :)
Peace & Love. 


2 comentarios:

  1. Siguienteee....pero qyien es Danielle??? Tia aclaramelo. Bueno me encanta

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  2. Diusss me encanta si esto me gusta no quero ni imaginarme lo q vendra...Siguiente... Porfa plis

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