Si se distraía, la mano se movía sola.
Puede
que siguiera sus pensamientos ocultos. Puede que Bianca se hubiese transportado
a una dimensión paralela y hubiera perdido el control de sus propias acciones.
Cerro
el cuaderno de bocetos, sin llegar a borrar el retrato que acababa de pintar y
que le provocaba nauseas al mirarlo, y volvió a meterlo en la mochila. Valeria
llevaba un rato parloteando pero ella llevaba un rato sin escucharla, y de
repente se sintió culpable.
Trató
de prestarle atención, pero su mirada siempre acaba en aquel el sitio vació que
una vez fue suyo. Justin había vuelto a faltar. El día de antes le había dado
plantón y hoy no había ido a clase: estaba claro que no tenía ninguna intención
de disculparse.
—Puede
que le haya sucedido algo —pensó en voz alta.
Valeria
cerró la boca y la miró.
—Pero
¿De quién estás hablando? No me estás escuchando.
—Perdona
—respondió Bianca—. Últimamente no me siento muy bien.
Valeria
suspiró y a continuación se colocó un mechón de pelo detrás de la oreja.
—No es asunto mío —comentó con un tono que sugería lo
contrario—, pero si quieres mi consejo, pasa de él.
—Ahora eres tú la que habla a la ligera —replicó Bianca,
esbozando una sonrisa.
—Pero si se te nota a la legua —insistió la otra chica, con un
destello de malicia en los ojos.
Bianca parpadeó, perpleja. Quizás la clave de aquella extraña
afirmación estaba en el monólogo que acababa de perderse.
—Te gusta ése.
—No me gusta nadie —replicó Bianca con rapidez. Sabía a quién
se refería Valeria, pero no era verdad. Tan sólo estaba enfadada porque la
había dejado sola en mitad de la ciudad vieja.
—Circulan rumores extraños sobre él —continuó la amiga, sin
darse por enterada. Se le notaba en la cara que tenía ganas de cotillear—. De
hecho, también los hay sobre ti, si te interesa saberlo.
—¿Serviría de algo si me negara? —preguntó Bianca con un
suspiro.
—No.
¿Qué dirían de ella por
ahí? ¿Se habrían enterado de su historia? ¿Y cómo lo habrían hecho? Seguro que
para recabar información no era problema para aquella gente, así que era
probable que lo supieran.
En ese momento alguien llamó a la puerta. Justin Bieber entró
en clase con un justificante de entrada a segunda hora que la profesora firmó,
echándole una mirada de reproche evidente.
Mientras atravesaba el
aula en dirección a su sitio, los ojos de Justin se encontraron con los de
Bianca, que fingió no haberlo visto y continúo con la cabeza vuelta en dirección
a la pizarra.
Sentía sus ojos encima.
—¿Lo ves? —le susurró Valeria con una sonrisita—. Te has
puesto colorada.
Ella no respondió.
Durante la hora siguiente, mientras corría por el gimnasio
junto con el resto de sus compañeras, notó que Justin no estaba con los demás
chicos, entretenidos tirando a canasta.
Abandonó la fila en la que se encontraba y pidió permiso a la
profesora para ir al baño.
En lugar de eso, corrió a la planta de arriba y entró en
clase, debería de haber estado vacía aunque probablemente no lo estuviera.
Cuando vio a Justin sentado en su pupitre, con su
cuaderno de bocetos en la mano, absorto en los dibujos que ella había hecho
durante los últimos días, le entraron ganas de gritar.
—¿Quién diablos te crees que eres? —dijo en voz baja, y
mientras él alzaba la mirada, le soltó una bofetada.
Justin se movió con una rapidez sorprendente y le agarro la
mano justo a un centímetro de su cara.
Sobre la página blanca había un rostro.
—Eres buena —comentó él.
—Me estás haciendo daño —dijo Bianca tratando inútilmente de
liberarse de la mano de Justin—. No tienes ningún derecho a hurgar entre mis
cosas.
Justin la soltó.
—Y tú no tienes derecho a dibujarme a escondidas. No quiero
que me retraten.
—Ese no eres tú —mintió ella, avergonzada.
Se miraron por un segundo. La expresión de Justin era
indescifrable.
Bianca, que solía conocer a las personas con sólo echarles un
vistazo, se sintió confundida al escrutar aquel rostro, sin conseguir leer nada
en él.
Los ojos color miel estaban fijos en ella. Los labios
carnosos, entrecerrados como si estuviera a punto de hablar, no expresaban
ninguna emoción.
Justin se levantó y le devolvió el cuaderno.
—Me has dado plantón y ni siquiera te disculpas —exclamó
Bianca irritada—. Eres un arrogante y un estúpido.
—Ayer tuve un contratiempo —replicó él—. Quedemos de nuevo
esta tarde.
Se alejó para salir de
la clase, dándole la espalda con frialdad.
—Si crees que voy a ir es que estás loco —respondió ella,
temblando a causa de la rabia.
Él no dijo nada más y desapareció tras la puerta.
Su perfil se recostaba sobre la piedra color crema.
Estaba apoyado contra el muro con las manos metidas en los
bolsillos, la cara bronceada y los ojos cubiertos por unas gafas de sol.
Llevaba puestos unos pantalones negros y una cazadora de cuero negra encima de
una camiseta blanca; tenía la cabeza levantada, como si mirase al cielo.
Bianca, desde la esquina de la calle que llevaba a la
catedral, se detuvo un rato a observarlo. Había pensado en hacerle esperar,
para comprobar durante cuánto tiempo aguantaba, si sería capaz de esperar dos
horas a que ella apareciese.
Pero ahora que estaba allí, tenía que refrenar el impulso de
salir corriendo a su encuentro. Y si no iba hacia él era porque necesitaba
calmarse. Ese chico le provocaba una agitación inexplicable, y eso era algo que
no le hacía gracia.
—Hola
—le dijo cuando se decidió a descubrirse.
—Entonces
has venido —respondió él, esbozando una sonrisa.
—Para
hacer el trabajo.
—Claro.
Para hacer el trabajo —repitió Justin.
Entraron
juntos en la catedral desierta y en penumbra, y Bianca sacó el distanciómetro y
un cuaderno para apuntar.
—Tú
tomas las medidas y yo anoto —propuso ella.
La
idea de usar aquel artefacto no le gustaba ni pizca. Y además, por lo que
parecía, él debía de tener práctica, porque lo encendió y lo puso en marcha en
un segundo, como si lo hubiera hecho miles de veces.
Trabajaron
unos minutos en silencio y Bianca comenzó a relajarse. El resplandor de las
velas y el aroma a incienso y a flores era agradable. Le recordaba que, antes o
después, a todo el mundo le llegaba su hora. Y que casi cualquier gesto,
cualquier emoción, perdía su importancia con el paso de los años. Estaban
hechos de sombras, y la carne y la sangre que acarreaban no era más que una
ilusión.
Mientras
estaba absorta en sus pensamientos, sintió una mano en el hombro que la hizo
estremecer.
—No
puedo gritar para llamarte —dijo Justin—. Sígueme.
Entraron
en una pequeña capilla lateral y se sentaron en uno de los bancos, uno junto al
otro.
—¿Qué te parece si hacemos algún boceto de este rincón? Me
parece más interesante —sugirió el, ya con el cuaderno en las rodillas.
Bianca asintió y empezó a dibujar. Sólo se escuchaba el rumor
de sus lápices recorriendo el folio, sonidos breves y secos procedentes de la
mano de Justin, y más largos y ligeros de la de Bianca. De vez en cuando, ella
miraba de reojo su trabajo, curiosa por comprobar que tal se le daba. Notó que
sus líneas eran rápidas y seguras, tan nítidas como las de un arquitecto. El
dibujo de la capilla era perfecto, sólido y limpio.
—Eres buenísimo —comentó con admiración. Miró su propio boceto
y le pareció un manchurrón, lleno de borrones y tachaduras.
—Solamente las cosas inertes —matizó Justin—. Jamás podría
dibujarte un retrato que se pareciera al que tú me has hecho.
—Ya te he dicho que no era tu retrato —replicó Bianca,
irritada.
No obstante, lo dijo menos convencida que por la mañana.
El sonrió y dejó de dibujar.
—De acuerdo.
—¿Vas a estudiar para ser escenógrafo? —le preguntó ella,
cambiando de tema.
La sonrisa de Justin se borró.
—No creo.
—Deberías.
—¿Qué me dices de ti? ¿Qué vas a hacer cuando termines el
instituto? —le preguntó él, a la vez que se volvía para mirarla.
Había tristeza en los ojos de ambos. Estaban pensando en el
futuro y a ninguno de los dos le gustaba el tema, quizás porque ninguno de
ellos veía nada que no fuera oscuridad frente a sí.
—No me importa —respondió.
—Eso no es una respuesta —observó Justin— ¿Quieres casarte?
Bianca se echó a reír como si fuera una idea de locos.
—¿Esa es la idea que tienes de un proyecto de futuro?
—Puede. Antes o después, casi todo el mundo se casa.
—Y
todos se divorcian. O se traicionan. O se hacen daño —contestó ella. Negó con
la cabeza y añadió—: No gracias, no es una buena idea.
Los
dos guardaron silencio y retomaron el trabajo. Pero Bianca no conseguía dejar
de pensar y las palabras se le escaparon de la boca sin querer.
—Nunca
he estado enamorada.
—Ni
yo.
Se
sonrieron. Al menos tenían algo en común.
—Pero
estoy enamorada del arte —agregó ella—. Cuando entro en un museo, me siento
como en casa.
Los
ojos de Justin se iluminaron.
—A
mí también me pasa —afirmó—. Pero cada vez que voy a uno tengo que buscar mi
obra especial. Un cuadro o escultura que pueda llevar conmigo para siempre.
—Qué
raro —comentó Bianca, con cara de curiosidad.
—Quizá.
Pero cuando estás rodeado de arte parece que nunca pueda sucederte nada malo.
—Es
como si el tiempo se hubiese detenido —añadió ella, asintiendo.
Justin
extendió la mano hacia ella pero la dejo suspendida en el aire, como si
estuviera decidiendo que hacer. Después, cogió entre dos dedos un mechón de
pelo que le tapaba la cara y se lo echó hacia atrás.
—Siempre
te escondes —le dijo.
—Y
tú.
Bianca
agachó la cabeza y dejó que él le acariciase la mejilla. Al sentir el tacto de
su piel y sus dedos deslizándose sobre la suya propia, tuvo que cerrar los
ojos. Estar allí con él, en la capilla perfumada de incienso, tenía un no sé
que de irreal.
Escucharon
los pasos de los fieles que entraban en la catedral para la misa de las seis y
se sentaban en los bancos, dispuestos a rezar.
A
continuación, el órgano comenzó a sonar y la voz del cura vibró entre las naves
de la iglesia.
Pero
los sonidos y las voces parecían distantes y extraños, correspondían a un mundo
que no podía alcanzarlos. Un mundo al que no pertenecían, pero no pasaba nada.
Bianca
todavía notaba el calor de Justin en su rostro. Le cogió la mano entre las
suyas y la observó, recorrió las líneas de la palma de su mano con un dedo,
como si quisiera estudiar todos los detalles. Empuñó el lápiz y pasó la página
del cuaderno, comenzando a reproducir las formas que había tocado. Con algunos
trazos expertos, mientras Justin la miraba embelesado, dibujó la mano que había
acariciado. Era nerviosa, era fuerte, era la mano de un chico pero también de
un hombre.
—¿Qué
haces? —preguntó él.
Le
ponía incomodo que dibujasen partes de su cuerpo.
—Te
lo he dicho —susurró Bianca, cerrando el cuaderno—. Detengo el tiempo. Y
además, tienes unas manos muy bonitas.
El
silencio volvió a envolverlos, sin timidez; con muchas preguntas.
—Vamos
—dijo Justin, poniéndose de pie con brusquedad. Su lápiz cayó al suelo con un
ruido desafinado.
Se dirigió a la salida sin detenerse a recogerlo. Bianca lo
siguió a regañadientes y una vez fuera, la luz de la tarde le obligó a entornar
los ojos.
Él ya había llegado
al final de la escalinata de la catedral, casi corría.
—Pero, ¿qué mosca te
ha picado? —le preguntó a gritos.
—Nos vemos en el
instituto —respondió él, girándose sin detenerse—. Yo diría que por hoy hemos
hecho bastante.
—No tiene sentido
—volvió a gritar ella.
Bianca no sabía qué
más decir. Lo observó marcharse a toda prisa y esperó a que al menos se diese
la vuelta otra vez.
No lo hizo.
Ella volvió a sentir
esa sensación de frió, como si alguien hubiese abierto una puerta en la noche y
hubiera dejado que el calor del fuego se desvaneciese.
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Bueno chicas, pues hasta aquí los capítulos de hoy, aquí en España, es tarde, muy tarde.. Y bueno, espero que os guste muchísimo la novela, y que por favor, me comentéis tanto en tuenti, como en twitter.
Tuenti: Believe Olga Believe
Twitter: @OlgaJustSwag
Cunado llegue a los 15 comentarios, subiré los siguientes capítulos.
También podéis comentarme aquí y seguirme, también sumare los comentarios de aquí :D
Besos!
Peace & Love.
Me encanta de verdad!!!. Jer por que teneis la comstumbre de dejarnos a las lectoras a medias?. Siguienteeeee pero ya!!:3. besos
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