C uando esa mañana entró en clase, su sitio
habitual estaba ocupado.
En
él había un chico desconocido más alto que el resto.
Bianca
lo miró y por un segundo no consiguió apartar la vista de sus ojos color miel y
serios. Él la escrutó como preguntándose por qué demonios lo miraba tan
fijamente. Alzó el mentón un milímetro, pero no era un gesto de saludo.
—Estás
sentado en mi sitio —le dijo ella, inclinando la cabeza ligeramente, para que
el pelo le cubriese el rostro.
—Yo
no veo tu nombre escrito en ningún lado.
La
respuesta fue tan inesperada que Bianca se quedó con la boca abierta, como los
peces que veía todos los días en los puestos de debajo de su casa.
—Pero
yo…
—Búscate
otro sitio. Quiero quedarme con este —la interrumpió él con cara de pocos
amigos.
Ella sintió que la cara le ardía, pero no dijo nada. Se
escabulló hasta el único sitio libre, junto a Valeria, con los ojos inundados
de lágrimas e indignación. Había reprimido el impulso de darle una bofetada tan
sólo porque había visto en sus ojos algo que no le gustaba. Tenía la mirada
turbia.
—Ése es el otro chico nuevo —le siseó Valeria—. Vaya con el
tío, me da escalofríos.
Bianca, todavía con el corazón agitado, se giró ligeramente
para mirarlo. Él había permanecido inmóvil y absorto, con la mirada puesta en
la pizarra.
—Aunque es muy guapo —añadió Valeria con una risita maliciosa
—. ¿No te parece?
—No —mintió Bianca.
—Yo creo que pasa drogas.
—Yo creo que es un completo gilipollas—replicó Bianca,
pensando que se comportaría como un matón con el resto de la clase.
Pero durante las dos primeras horas, el chico no se movió.
Parecía escuchar cada palabra. Cuando la profesora pasó lista, él respondió
«presente» al escuchar el nombre de Justin Bieber. Tenía una voz cálida y
firme. No sonreía, no buscaba a los demás con la mirada.
Durante el recreo desapareció. Mientras Bianca seguía a
Valeria en su habitual ronda de reconocimiento en busca del rapero retaco, se
encontró a sí misma buscando sin querer a Justin entre la gente, pero era como
si se hubiese esfumado.
Después, en el patio, lo localizó en una esquina, donde estaba
leyendo una revista de coches y motos. Parecía no darse cuenta de que medio
instituto lo estaba observando. La mitad femenina. Había una gran expectación
entre las chicas, quizá porque Justin parecía creado con la intención de probar
si la combinación guapo—y—misterioso surtía efecto entre ellas. Así era. Él no
miraba a nadie y todas lo miraban a él.
Bianca estaba mosqueada. Era algo insoportable.
—¿Nos vamos, por favor? —preguntó a Valeria. Ni siquiera esperó a
que le contestase, simplemente se dio media vuelta y regresó a la planta de
arriba, a la clase.
A la salida del instituto el espectáculo continuó. Justin tenía
una moto deportiva negra aparcada en medio de un mar de ciclomotores juveniles.
Era un modelo caro, perfilado por el viento —o al menos ésa era la sensación que
había querido transmitir el diseñador— que cuando arrancaba emitía un estruendo
seguro y profundo, similar al rugido de un tigre, algo que provocó que la mitad
del instituto se girase, la mitad masculina esta vez.
Justin se puso el casco negro sin mirar a su alrededor. Respondió
con monosílabos a las preguntas curiosas de los chicos que se habían congregado
en torno a él, parecía fastidiarle llamar tanto la atención, tenía la mirada
fija en el cuentaquilómetros.
A Bianca le pareció un falso. Si no quería hacerse notar, podía
haber venido a pie, en lugar de dar caña a ese monstruo horrible delante de
todos.
Lo observó escabullirse entre la multitud, bajando la visera negra
y acelerando al máximo tan pronto como se hizo un hueco en la calle frente a
él.
—A Bianca Prandi le toca con… —la profesora de Arquitectura, la
Parisi, recorrió un listado escrito en una hoja fotocopiada— …Justin Bieber.
Para el trabajo sobre la catedral tendréis que…
—No.
Bianca la
había interrumpido con brusquedad. Se dio cuenta de que había alzado la voz y
se ruborizó, avergonzada. Todos la estaban mirando con cara de interrogación.
—¿Qué mosca te ha picado? —le susurró Valeria.
—Perdóneme, profesora —repuso ella, mientras tragaba saliva
varias veces en un intento por mantener el control. El corazón le latía
demasiado deprisa, seguramente la voz le temblaba—. No creo que pueda ser la
pareja de Bieber. Para el trabajo, me refiero.
Alguno se rió, pero la profesora parecía perpleja.
Justin, en su pupitre, la observaba con expresión neutral.
Como si ni siquiera la viese. Era como si su protesta no le perturbase en
absoluto.
—Es decir, yo… —añadió ella— preferiría a alguien que fuera de
por aquí, para conocer mejor la ciudad…
Era una excusa barata, pero pareció surtir efecto porque la
profesora arrugó la frente y volvió a ojear el listado.
—Lo siento, Prandi —concluyó—. Desgraciadamente, las parejas
para los trabajos en grupo se formaron el año pasado. Si te pongo con otra
persona, Bieber se queda colgado. Estoy segura de que con un buen plano y quizá
una guía os resultará divertido descubrir la ciudad vieja solos.
A continuación, sin dejar lugar a réplicas, pasó a explicar el
proyecto, que consistía en realizar unos alzados del monumento que cada pareja
tenía asignado.
Bianca estaba furiosa. Se escondió detrás del pelo y sin que
nadie la viera, se colocó los auriculares del reproductor Mp3 en los oídos y
puso la canción «Brain damage» de Pink Floyd a todo volumen. Tengo un loco en
la cabeza.
Dejó que sonara el timbre, que cambiase el profesor una vez y
dos, hasta el recreo, limitándose a dibujar como una posesa en el cuaderno de
bocetos.
—Joder,
sí que te lo has tomado mal —comentó Valeria, sabiendo que no la podía escuchar
y observando la imagen de un gran cementerio que su amiga estaba componiendo en
la página. Tumbas, cruces, lápidas y cuervos negrísimos posados por doquier. La
chica fingió no haber visto que en una de las lápidas aparecía escrito «Justin
Bieber» y se marchó sola al patio, imaginando que Bianca no quería ser
molestada.
Cuando,
a pesar de los auriculares, notó que a su alrededor se había hecho el silencio,
Bianca dejó caer una lágrima. Fue a parar al cuaderno, donde se convirtió en un
charco que emborronó las líneas de lápiz, parecidas a surcos negros. Se las
secó rápidamente. En el fondo, no eran más que deberes. Podían hacerlo deprisa
y dejarlo ahí, no tendrían que confraternizar mucho. Ni siquiera sabía por qué
había reaccionado de ese modo. Por supuesto que no era la primera vez que tenía
que véselas con un compañero de clase que se creía el amo del mundo. De su
pequeño y estúpido mundo.
Levantó
la cabeza y se libró del pelo que le tapaba la cara, como si se sintiera más
segura sólo de pensar en ello. Y se lo encontró de frente.
Estaba
sentado en la mesa del profesor, leyendo su revista habitual de coches y motos.
Bianca
no tuvo tiempo de hacer nada porque él alzó la mirada y la observó. Estaba
moviendo los labios para decirle algo, pero la música estaba todavía demasiado
alta como para escuchar sus palabras.
Lo vio
bajar de la tarima y dirigirse hacia ella, así que se volvió a ponerse a
dibujar, insistiendo tanto con el lápiz sobre la misma línea que casi agujerea
el papel.
Justin
alargó una mano y ella advirtió el calor de su piel sobre su propio rostro, sin
osar a moverse para apartarse. Le quitó uno de los auriculares, tirando
ligeramente del cable y rozándole la oreja.
—Te
preguntaba que que estas escuchando—le dijo.
—No
es asunto tuyo —dijo ella cuando recuperó la voz. No le gustaba la posición
dominante que él ocupaba, de pie, observándola desde arriba.
Justin
no se ofendió por la respuesta pero no se detuvo ahí. Se puso a examinar el
dibujo y luego se echó a reír, a la vez que señalaba su propia tumba. Bianca
escuchó su risa mezclada con la letra y los acordes de Pink Floyd, era un
efecto extraño. Se quitó el otro auricular.
—¿Qué
es lo que te hace tanta gracia? —estalló—. Significa que me gustaría verte
muerto.
—No
eres la única —comentó él. Bianca pensó que era el típico chiste de machote que
se cree el centro del universo y soltó un bufido—.¿Se puede saber qué he hecho
para que la hayas tomado conmigo?
—¿Y
tienes la cara tan dura como para preguntármelo?
Él
parecía no comprender. De repente, sus ojos centellaron, como si ya se
acordara.
—El
sitio.
—Querrás
decir mi sitio.
—La
única otra silla que estaba libre era junto a esa tía tan charlatana —le
explicó él— Eres una chica, estarás bien.
Bianca
no respondió. No trató de explicarle que la prepotencia no se justifica de
ningún modo y que clasificar a los demás tomando como única base los órganos
genitales era un criterio totalmente machista. Se calló y volvió a mirar su
dibujo como si concentrándose lo suficiente pudiese introducirse dentro de él.
—Te
propongo un trato —continuó Justin —. Tú me dices lo que estás escuchando y yo
te enseño lo que estoy leyendo.
—Veo
perfectamente lo que estás leyendo, ni que fuera ciega.
—Bueno,
las apariencias engañan —replico él.
A
Bianca le picó la curiosidad. ¿Qué quería decir? Y sobre todo, ¿por qué aquel
tío estaba allí charlando como si fuera un viejo amigo cuando hacía días, desde
que había llegado, que no le dirigía la palabra a nadie?
Pensó
que, de todas formas, iban a tener que hacer el trabajo juntos, por lo que
asintió, tomándose aquel juego como una especie de tregua conveniente.
—Estoy
escuchando música clásica —mintió. Él emitió un silbido de admiración (o de
burla) y abrió su revista por la mitad. Se la puso delante y ella comprobó que
en el interior había unas fotocopias.
Bianca
leyó algunas líneas, parecía un ensayo sobre escenografía. Hablaba de espacios,
volúmenes, entradas y salidas.
—¿Qué
demonios es esto? —preguntó, perpleja.
—El
potencial de los espacios —respondió él, al tiempo que se sentaba a su lado
en el pupitre.
Bianca
apartó la silla para distanciarse.
—
¿A ti no te gusta el espacio?
—Sí,
cuando los demás no me lo invaden —respondió ella, satisfecha de tener la
réplica preparada. Le sucedía raras veces, y casi siempre era producto de la
rabia.
—Entiendo
que eres de las que prefieren ir por libre. Me parece bien —dijo él— Pero
tenemos que hacer un trabajo juntos y deberíamos llegar a un acuerdo ventajoso
para ambos. Ç
Bianca
cerró el pico. Él saco su cartera del bolsillo de atrás de los vaqueros y la
abrió. Sacó dos billetes de cincuenta y ella tuvo la ocasión de comprobar que
allí dentro había muchos otros iguales.
—Si
piensas que puedes comprarme, tú…—dijo, irritada.
—Un
distanciómetro —la interrumpió él a la vez que le tendía el dinero.
—¿Qué?
—Bianca estaba confundida. ¿De qué estaba hablando?
Él
suspiró.
—Para
hacerlo más rápido, nos hace falta un medidor láser. ¿No querrás ponerte a
medirlo todo a mano verad? Ella parpadeó.
—¿No?
—No.
Yo no tengo tiempo de comprarlo. ¿Puedes encargarte tú? —dijo él, que seguía
tendiéndole el dinero—. Imagino que nunca has estado en una obra. Es un aparato
que sirve para tomar medidas simplemente apuntando con un láser.
—Vale
—consiguió decir Bianca—. Un distanciómetro.
—Perfecto.
Con eso lo haremos en un segundo —explicó él, satisfecho— No quiero empezar con
una mala nota.
Justin
notó la expresión escéptica de Bianca y le sonrió.
—¿Qué
pasa? ¿Pensabas que me importaba una mierda?
—La
profe dice que estás repitiendo —le replicó ella, y vio que le había dolido.
La
mirada de Justin se nubló por un instante y sus ojos se volvieron turbios y
lejanos de nuevo.
—He
estado enfermo —dijo en voz baja. Había vuelto a alzar el mentón como el día
que se habían visto por primera vez, y Bianca se sintió incómoda. Tuvo que
refrenar el impulso de apartar aún más la silla sólo porque temía ofenderle—.
Muy enfermo. Perdí demasiados meses de clase y tuve que repetir curso.
—Lo
siento —dijo ella, y lo dijo sinceramente. Se preguntó si se habría repuesto
del todo o si sería una de esas enfermedades horribles que te consumen hasta
que mueras.
Lo analizó pero no fue capaz de ver en él ninguna señal de mala
salud. Tenía el pelo castaño, con mucho brillo y hacia arriba. Sano. Un tono de
piel saludable, de los que pasan mucho tiempo al aire libre. La mirada
brillante e inquieta no dejaba translucir ningún tipo de debilidad.
Cuando
sonó el timbre y Justin volvió a su sitio, le vio abrir la revista de coches y
continuar leyendo las fotocopias sobre escenografía. Era de nuevo el chico
impasible y distante, y así lo hallaron los compañeros que regresaban del
recreo.
—Por
Dios, ¿es que sólo lee esa mierda de revista? —comentó Valeria, sentándose.
Mientras
le contaba los últimos cotilleos que había recopilado en el patio, antes de que
el profesor los hiciera callar a todos, Bianca borró el nombre de Justin de la
tumba usando la pequeña goma del extremo del lápiz.
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Bueeeeeeeeeno! Ok ya.. xD
Aquí en España son las 00:38.
He estado escribiendo duramente para vosotras.. e.e xDD
Bueno chicas, resumiendo que espero que os encante la novela, por fin salió Justin y se conocieron e.e :333
Deciros que ahora lo que viene es oinwh`gihruheorh Ok ya..
Y que nada, que me dejéis comentarios en Tuenti: Believe Olga Believe o en Twitter: OlgaJustSwag.
Cuando llegue a 15 en total de comentarios pidiéndome el siguiente, subo capítulos :D
Peace & Love.
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